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Ya se hizo costumbre durante los procesos electorales, montar una pasarela de candidatos a un cargo de elección popular, en donde aprovechen para mostrar su habilidad de lectura y dicción, además de presumir las más fantásticas ideas que solucionen todos los problemas y satisfagan todas las necesidades de una comunidad.

Esa forma de participación en nuestro proceso democrático, pone en evidencia nuestra infantil idea del tema, que para completar el show todavía se les permite que se autonombren como “el ganador del debate”, lo que engrandece lo absurdo.

La palabra Debate procede del verbo debatir (discutir o disputar sobre algo) y hace mención a una controversia, discusión o contienda.

De modo que lo que ocurre en los eventos que organiza el OPLE y algunas organizaciones es cualquier cosa menos “debate” por lo que debería de tener otro nombre, cualquiera, menos ese.

Debate lo que ocurría en la década de los 60’s en un pequeño vecindario tuxpeño en la calle Fausto Vega Santander No. 43 int. 2, donde 8 chamacos alrededor de la mesa exponían ideas, las defendían con argumentos, arrebatando la palabra a quien la tuviera, sin mayores reglas que la no agresión verbal o física y sin utilizar malas palabras; en esa mesa se realizaban verdaderos debates y poder lograr el triunfo, si es que se daba, era por una nariz, con derecho a revancha inmediata.

Al considerar lo que hoy llaman debate y ver el simulacro que realizan los participantes, ocasionan vergüenza. Algunos llevan sus “apuntes” y más o menos simulan un discurso libre, pero otros de plano se concentran en la lectura de sus “propuestas” y lo que tratan es que alguien se las crea.

Y aun cuando alguno de los participantes le ponga un ingrediente picoso al evento al sacarle “los trapitos al sol” de algún contendiente con la intención de exhibirlo y bajarle puntos en el ánimo colectivo, por el tipo de formato que establece el órgano electoral ninguno está obligado a dar respuesta, de modo que terminan ignorándose y cada quien se aplica a su rollo y así la sangre no llega al río.

Un tema muy utilizado en ese foro tiene que ver con los grados académicos, títulos, medallas, menciones honoríficas, etc., que si fueran definitivas entonces nos podríamos ahorrar mucho dinero en el proceso electoral y mejor les aplicamos un examen semejante al de la reforma educativa y ahí resolvemos todo con la calificación que obtengan; otros mejor presumen sus logros en su trayectoria política con elevados cargos que van desde carga maletas de otros funcionarios, saca copias en algunas dependencias o encargados de algunas tareas partidistas, pero no todos pueden demostrar verdadera capacidad para el encargo al que pretenden llegar y quienes tienen experiencia y posibilidades de realizar un buen trabajo, por lo que ya han realizado y demostrado en su vida laboral, pudiera ser que su partido en poco o nada les ayude y por lo tanto con mucha dificultad llegarán.

En conclusión, pocos se salvan de la quema, porque prácticamente todos exageran, hablan fantasías irrealizables y mienten en su propósito principal, porque si fuera verdad que ellos y sus partidos políticos desean servir al pueblo y saben cómo hacerlo, ya se habrían resuelto la mayor parte de los problemas y nuestro país sería distinto.

Ya es tiempo de que cambiemos el modelo democrático y trabajemos para impulsar uno nuevo, donde el voto no sea sólo un derecho sino también una obligación, así lograríamos una sociedad más participativa y los funcionarios públicos tendrían mayor vigilancia y exigencia de los resultados prometidos.

Entonces podríamos diseñar una forma diferente de hacer campaña en la que, si hubiera necesidad de realizar debates, éstos serían verdaderos debates en donde se fuera depurando el número de contendientes hasta llegar al proceso de votación sólo con los mejores candidatos.

La simulación que hoy se vive, les permite a los partidos políticos y sus candidatos burlarse del pueblo y muchos hasta les servimos de comparsa. Es mi pienso.