*Las enfermedades solo son prueba de cuan frágil es la vida. Camelot.

LOS PADECIMIENTOS.

En la cama se conocen a los amigos, dice el viejo refrán. Releí un libro viejo: ‘En el poder y en la enfermedad’, de David Owen, las enfermedades de los jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años. El autor del libro, David Owens, editó uno de 500 páginas donde da cuenta de las enfermedades de los poderosos. La de Kennedy, sin duda, fue la más escondida y la más publicitada, muchos años después de su muerte, la historia clínica más compleja de La Casa Blanca, enfermedad de Addison e hipotiroidismo. El presidente padecía un mal de la columna vertebral y vivía siempre empastillado, dentro de los hospitales, el dolor formó parte de su vida y quizá por eso, porque pensaría de su corta vida, se empiernaba muy seguido con la Marilyn, y con quién se le atravesara. Analiza una a una las enfermedades de Roosevelt, Mitterrand, Johnson, el Sha de Persia, los dos vaqueros Bush, De Gaulle, Margaret Thatcher, Brezhnev, Kruschev, Churchill, a quien le gustaba el pomo y el puro y siempre se le vio así históricamente. Nunca negó su alcoholismo. Hay anécdotas históricas. Esta la recuerdo porque algún día la leí, cuando me puse a estudiar la historia de la Guerra de Secesión. Sucede que el presidente Abraham Lincoln perdía batalla tras batalla en contra de los Confederados. No daba una el pobre y relevaba general tras general. Un día encontró al bueno. Ulysses Grant, un militar que llegaba tumbando caña. Grant comenzó a ganar batallas pequeñas. Sus subordinados, otros generales mandones, iban de quejosos con el presidente Lincoln a decirle que chupaba mucho como Felipe, que agarraba por sus cuentas las parrandas. El presidente, con esa vista de lince y sus barbas impecables, les respondió: ‘Ojalá y tuviera dos Grant, aunque tomaran’.

Grant venció a Robert E. Lee y después se convirtió en presidente de Estados Unidos.

SUS HISTORIAS

En el poder muchos de ellos tuvieron enfermedades. Algunos tuvieron otra enfermedad más potente: la embriaguez del poder, que contra esa no hay cura. Bueno, si hay cura, cuando se van y solo voltean a ver con nostalgia pura la poderosa silla presidencial que los abandona. El libro relata la polio de Franklin Rossevelt y los descuidos médicos de sus doctores navales, que lo llevaron rápido a la muerte. De Stalin no sé qué enfermedad traería, porque aún no llego a esa página, pero ese estaba mal del coco, era más sanguinario que Hitler. Existe un libro de Julio Scherer donde habla de las ‘enfermedades’ de nuestros últimos presidentes:

“Adolfo López Mateos había padecido un aneurisma que a menudo lo apartaba de su trabajo, habitante único en un cuarto oscuro que mitigara el dolor de la migraña. Humberto Romero, su secretario y amigo incondicional, velaba el sigilo sobre asunto tan serio.

Gustavo Díaz Ordaz finalmente cayó vencido por la matanza del 2 de octubre de 1968. Embajador en España varios años más tarde, no resistió a los periodistas que lo interrogaron en Madrid y tocaron el punto de la tragedia. Díaz Ordaz huyó de la Embajada, algún tiempo acéfala. Después fue huyendo de la vida”.

“A Luis Echeverría lo extravió su megalomanía. Pretendió, en complicidad con el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, sustituir a Fidel Castro como vocero de América Latina. Documentos desclasificados de la Casa Blanca muestran sin retoque a un hombre hecho para la traición.

El 30 de junio de 1982, Día de la Marina, José López Portillo hizo burla de su condición de presidente de la República y, convertido en fauno (favorecedor) persiguió a Rosa Luz Alegría, toda de blanco y atractiva en el sudor que la bañaba. López Portillo, atleta consumado, trataba a su cuerpo como asunto de gobierno, alta prioridad en la agenda cotidiana. Miguel de la Madrid gobernó con la flojedad de un hombre sin pasiones. Fue como el agua que se evapora al sol. Decía que, ya como expresidente, querría asistir a los restaurantes como un sujeto bien visto, respetado. A Carlos Salinas de Gortari lo perseguirán por siempre el asesinato de Luis Donaldo Colosio, a estas alturas enigma sin solución, y la faraónica fortuna de Raúl, su hermano mayor. Por la fuerza de los hechos no podrá decir que dejó la presidencia con las manos limpias; tampoco olvidar que Colosio, efímero candidato a la sucesión, dijo en su último discurso que México tenía hambre y sed de justicia. De Ernesto Zedillo destaca su indiferencia por México. Vicente Fox, corrupto e impune, carga con el peso en toneladas del Chapo Guzmán. Las puertas de la cárcel de Puente Grande le fueron abiertas al capo de par en par y solo faltó que lo despidieran con la alfombra roja, que se estila en circunstancias solemnes. Fox admitió el silencio cómplice de los miembros de su gabinete de seguridad”. Fin del relato de Scherer.

A Calderón, que mucho se le criticó su borrachera y la guerra contra los narcos, la historia comenzó a juzgarlo desde el primer día que dejó el poder: 30 de noviembre de 2012, porque la historia es una gata que siempre cae de pie, según Eliseo Alberto, o porque la historia es algo que nunca ocurrió, escrito por alguien que no estaba allí, según Kamalucas. Falta Peña Nieto, que ahí vendrá cuando le toquen las golondrinas.

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